Clichés... ¿qué clichés?

by 14:37:00 0 críticos literarios
Nicolás Mavrakis sobre
Los Mantenidos

31.12.2011 | el estigma de una década
Cómo leer los '90 sin clichés


Violeta Gorodischer, Walter Lezcano y Sebastián Robles indagan a través de sus respectivas novelas sobre una época que, a fuerza de haberse reducido a la tragedia económica y al show superficial, se ha cerrado a nuevas preguntas.





Los '90 son un objeto complejo en la literatura argentina. Década estigmatizada simbólicamente por la misma generación que supo disfrutarla y, a la vez, apresada en el discurso único de la tragedia económica por quienes padecieron su otro costado; representada desde el simplismo de la demonización -"el menemismo como segunda Década Infame"- o desde el facilismo políticamente correcto del cliché de "la pizza y el champán", los '90 no terminan de decantar en una forma que explore sus significados profundos. En ese sentido, aquella época continúa siendo una extensa playa abierta a nuevos y necesarios desembarcos. Y no es casual que quienes hoy bordean los 30 años, y para quienes aquella década fue, sobre todo, un período de despertar, de educación sentimental y de maduración, sean los primeros en construir una narrativa que interpela con firmeza a todas las generaciones.
¿Pero cómo reconstruir una época desertificada por prejuicios colectivos? ¿Cómo confluir memoria íntima y memoria social? ¿Qué resta como inevitables huellas generacionales, aun tras la eclosión de 2001? Con estilos y trayectorias singulares, las novelas de Violeta Gorodischer (Los años que vive un gato, publicada por Tamarisco), Sebastián Robles (Los años felices, por Pánico el Pánico) y Walter Lezcano (Los mantenidos, por Funesiana, descargable gratis como e-book) trazan, como una tácita trilogía, líneas poderosas para comenzar a pensar estas y otras preguntas.
"Hay dos miedos que atravesaron y atraviesan a la clase media: el declive económico y el qué dirán. La familia que protagoniza mi relato debe enfrentarlas juntas: desde los gastos exorbitantes por la enfermedad de la hija y la consecuente limitación de los viajes que disfrutaron al comienzo de la década, hasta la percepción de la homosexualidad de su hijo como drama ante la mirada ajena", explica Gorodischer, que en su primera novela alcanza, desde la voz de una joven que recuerda con ingenuidad e inclemencia, un relato sismográfico del devenir de una familia aterrada ante el espejo íntimo de sus propios miedos, durante los años de la Convertibilidad.
Esa misma década es la que configura también un nuevo inventario de posibilidades narrativas. "El acceso a determinados paisajes, gracias a la posibilidad que había de viajar, juega un rol importante a la hora de describir escenarios y sensaciones. En esta novela el paraíso no es Miami sino Cuba. Y la vorágine consumista se traduce en la misma matriz: la familia progre puede hacer el clásico viaje a la cuna del socialismo, pero con los ojos vendados ante las grietas del sistema castrista", dice la autora de Los años que vive un gato, en la que las huellas del pasado alcanzan por momentos un eco magnético al estilo de J. M. Coetzee.
"Quise mantener la percepción de que el pasado próspero de la clase media resultaba tan lejano como la idea de que las transformaciones sociales podían ser llevadas adelante por la política y no por el mercado, como indicaba el discurso hegemónico de la época", dice por su lado Sebastián Robles sobre la dinámica de los adolescentes que, en Los años felices, crecen en medio del repliegue de los grandes discursos colectivos. Relato de iniciación, retrato de nuevos consumos, fotografía instantánea del caos que implica la construcción de nuevos hábitos sociales, Los años felices también es un mapa humorístico de la configuración cultural de toda una generación. "Como adolescente, accedí a una serie de bienes de consumo culturales que eran impensables pocos años atrás. Series, películas, música, programas de televisión, todo eso sigue gravitando en mi formación. Es una influencia que me marcó a fuego y me interesaba rescatar", explica Robles. "¿Cómo ser felices, en ese contexto? ¿Teníamos derecho a serlo? Yo creo que sí y esta felicidad, digamos, esporádica, matizada por la angustia propia de la adolescencia (y por la angustia propia de la época), es la que quise trasladar al texto. Una felicidad no exenta de ironía, pero que no por eso es menos válida", dice ante la "demonización" final que padecería la década menemista.
Por su parte, Walter Lezcano explora el costado menos regenerativo de la experiencia noventista: el desgarro profundo del tejido social. "En mi casa de clase media baja, si es que eso existe, siempre se tuvo que laburar muchísimo para poder llegar a fin de mes. No faltaba la comida pero había que pelearla mucho", cuenta el autor de Los mantenidos, una novela de formación ambientada en el Conurbano Bonaerense donde, con crudeza pero sin conmiseración, Lezcano retrata, también desde un registro en primera persona, los diversos planos del derrumbe material y cultural -y los intentos legítimos (y a veces no tanto) para evitar el abismo-, de los años del uno a uno. "La cuestión económica es un tema importante. A todos los personajes los moldea y delimita sus posibilidades, destinos y accesos a mundos diferentes de su realidad cotidiana. En un punto, es una condena la clase a la que pertenecés", señala el autor.
La cuestión, entonces, vuelve sobre una inquietud común. ¿A qué podían aferrarse los futuros escritores de los '90? "La sensación que tengo de esos años es de un desencanto profundo con los referentes inmediatos. Eso se vio reflejado en la música, con el grunge o el hardcore. De golpe, todos los guachos estábamos solos. Las familias se hacían mierda, los trabajos eran ilusiones, la guita no aparecía por ningún lado y la tele era inexistente, aunque estaban Los Simpsons, dice Lezcano. "Creo que el rock nacional como banda de sonido de las acciones adolescentes aportaron un valor estético: los Redondos en especial, y el contacto iniciático con la angustia y el miedo a partir del caso Bulacio. Todos los jóvenes de los '90 podrían haber sido Walter Bulacio y muchos crecimos con esa sensación de amenaza latente ante las primeras salidas en banda", añade Gorodischer. "No existió el peso agobiante de un Borges o un Cortázar, como le sucedió a la generación anterior. Y en algunos casos, los nuevos referentes ni siquiera provienen de la literatura, sino del cine o la televisión, lo cual me parece saludable y liberador", agrega por último Robles. <

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Editor

Lucas Oliveira (1978), es editor de Funesiana, diseña libros electrónicos y en papel para distintos autores y proyectos editoriales. Publicó un libro de cuentos (Papel, Funesiana, 2006) y dos de poesía (Poesía para Gerentes, Funesiana, 2008 + Pura sangre busca establo, Funesiana, 2012), el ensayo “Conectados” (Editorial Kier, 2010) y participó de las antologías Buenos Aires. Escala 1:1 (Juan Terranova –comp.–, Entropía, 2007) 5 (El Quinteto de la Muerte, La Propia Cartonera, 2010, Uruguay), La fiesta de la narrativa (El Quinteto de la Muerte, Una ventana ediciones, 2010), Fixture, un picadito austral (Malaletra + Chuy, 2016). Es encuadernador artesanal y actor-guitarrista-futbolista frustrado. No quiere perder el rock.