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by 14:15:00 2 críticos literarios
Sol Tiscornia escribió
para la revista Ñ
una nota sobre editoriales
artesanales



La poesía del libro artesanal


Construcciones bajas a medio pintar, terrenos baldíos y veredas rotas forman el paisaje de San Francisco Solano, la localidad que ocupa los últimos rincones del partido de Quilmes. En una de las tantas calles de tierra o barro, según quiera la lluvia, hay un portón de chapa: en esa casa se hacen libros.

Adentro, Walter Lezcano, creador de Mancha de Aceite, mueve de arriba abajo una aguja de coser matambre: está uniendo páginas de cuentos. Desde hace un año, cada vez que vuelve de dar clases de Lengua y Literatura en colegios secundarios, ejerce entre esas cuatro paredes su nuevo oficio. Pero, él sabe, no es el único ni el primero que fundó una editorial invirtiendo poco más que una impresora doméstica: en Buenos Aires, e incluso en el país, otros escritores también fabrican libros con la mano, es decir, que cortan papel, lo pegan, lo cosen y lo diseñan, además de pensar y elegir con qué palabras rellenarlo. Tanto Mancha de Aceite como Clase Turista, Funesiana, La Gota, Eloísa Cartonera y Colección Chapita forman el conjunto de proyectos que ingresaron al mercado editorial valiéndose de su capacidad para encuadernar y autogestionarse. Hacen tiradas que arrancan desde 12 ejemplares, pero entre todas ya sacaron a la calle 200 títulos y llegaron a vender mil copias de algunos de ellos. Fueron creadas por poetas y narradores que se apropiaron del derecho a publicar y que se debaten entre ser la consecuencia rebelde de una industria editorial que los dejó afuera o la consagración del deseo de experimentar el texto desde su materialidad y desde el placer, para revalorizar al libro como objeto y espacio fundamental de la literatura.

"Hacer una editorial así es barato y fácil. Es la forma que tenemos de encontrar nuevas voces y demostrar que nosotros podemos escribir bien, que se puede trabajar y publicar en la 'periferia', fuera del circuito tradicional literario", explica Lezcano, que desde hacía años fantaseaba con llevar al papel autores del sur bonaerense para mostrar desde la ficción una cultura que, según él, hasta ahora permaneció escondida.
"Editorial artesanal" es la única expresión que al ser pronunciada no hace fruncir el ceño de Lezcano. En otras casas, otros días y en otros barrios, sus colegas tendrán la misma reacción al ser indagados por la identidad de sus emprendimientos. "Algunos nos caracterizan como 'independientes', pero es una categoría demasiado amplia", protestará Lucas Oliveira, quien en 2006 fundó Funesiana. "¿Por qué nos llaman 'alternativas'? Es un adjetivo vago", se preguntará Daniel Durand, de Colección Chapita. Cada uno lo remarcará a su modo, pero destacarán lo mismo: su sello y escudo es el carácter manual de sus obras. Ellos no sólo decidieron editar libros: aprendieron a construirlos. "Los libros son objetos poderosos. Durante siglos transportaron ideas y esas ideas cambiaron el mundo. Hacerlos y conocer cómo funcionan desde su origen te conecta con su motor interno y su tradición", asegura Iván Moiseeff, uno de los creadores de Clase Turista, antes de mostrar orgulloso sus dedos pinchados por las agujas.

En una habitación alquilada en un edificio semiabandonado en la avenida Córdoba, entre paredes despintadas, Lucas "Funes" Oliveira, un ex futbolista y actual librero de 31 años, baja una vez más la manija de la guillotina y esta vez ya ni siente el ruido: la costumbre dio sus frutos. Los cortes caen sobre las páginas de Plutón canta de Cecilia Eraso. Termina de ordenar las hojas y enhebra la aguja. Da unas cuantas puntadas y arma los cuadernillos. Agarra tres postales, de las que se reparten gratis en los bares, y con ellas arma la tapa. Hace el lomo con la ayuda de una varilla y lo forra con un papel bordó.

Lezcano (30) y su novia, Patricia Giménez, de Mancha de Aceite, repitieron los mismos pasos para publicar los dos títulos de su catálogo: la novela Bailanta de Matías Gómez, y Partes de guerra, del propio editor, que reúne relatos de secundarios bonaerenses. Para encuadernar usaron unas cajas de cartón que donó un supermercado chino, fotocopias y palitos de brochette que funcionaron como soporte para el lomo. Fue el creador de Funesiana quien les enseñó la técnica y los convenció de crear la editorial el año pasado. Para ese entonces, Oliveira ya daba clases de encuadernación y había puesto en marcha su proyecto "Cien Funes Volando", una utopía que aspira a que cada localidad tenga una opción artesanal para sus autores. "Se generan tantas trabas para publicar que es casi imposible imaginar que podés hacerlo. Pero no es así. Con dos mangos se puede hacer un libro, incluso uno lindo, venderlo barato y encima tener una ganancia de hasta el doble para sacar otros nuevos."

El inventor de todo

Primero de mayo de 2010. Los catorce títulos de Funesiana están en fila en uno de los puestos de la Feria del Libro Independiente y Alternativa (FLIA) de Buenos Aires. En frente, en la mesa de Colección Chapita, Durand (46) habla con un potencial lector y le explica cómo incrusta con una prensa las tapas de gaseosa a sus obras. Al lado de los ejemplares de su editorial, con la que da a conocer a jóvenes poetas argentinos inéditos y traducciones "libertarias" que hace junto a otros colegas, hay copias de los viejos trabajos artesanales de Ediciones Del Diego, fundada a mediados de los 90, y que cerró tras la crisis de 2001. Siempre fue consciente de que para publicar no hacía falta recurrir a grandes industrias, mucho menos después de la llegada de las impresoras domésticas. Tal vez sea por eso que Washington Cucurto, a cargo de Eloísa Cartonera, asegura que fue Durand "el que inventó todo". El autor de Cosa de negros conoció Del Diego de cerca: fue allí donde se publicó Zelarayán, su primer libro de poesía. "La forma artesanal de edición es la que más le conviene a los poetas, porque sale rápido, las obras no esperan años para ser publicadas, es barato y se ajusta a su cantidad de lectores", asegura el poeta Durand que, al igual que los dueños de los otros cinco sellos, jamás le cobra a los autores y elige los textos que va a publicar bajo el criterio del placer.
A diferencia de Durand, "Funes" Oliveira antes creía que era imposible que una sola persona hiciera funcionar una editorial. Fue rebotado por incontables casas editoriales del país, por lo que probó hacer cadenas de mails con sus relatos y cuentos. Llegó a tener, comprobados, tres mil lectores cibernéticos. Hasta que hace cuatro años decidió que él también tenía derecho a lucir sus textos en papel, fue a un taller de encuadernación, descubrió que "es una papa", y fundó Funesiana con una prensa que le regaló el escritor Juan Terranova.

Iván Moiseeff (35), de Clase Turista, también fue a uno de esos cursos que duraban dos meses. Quería hacer "libros íntegros, donde el soporte y el texto estén unidos por un mismo concepto". "Jamás podríamos hacer diseños de la complejidad de Clase Turista en imprentas o editoriales industriales, saldrían horribles", advierte. Como Durand, es poeta. Ambos cursaron la carrera de Letras en la UBA, pero la diferencia es que Moiseeff la terminó. Actualmente trabaja como guionista de MTV. Sentado en un banco de su casa, en Villa Crespo, tarda diez segundos en vaciar una taza inmensa de café. Mientras, relata el inicio de Clase Turista, la editorial que fundó en 2005 con Lorena Iglesias (35), su pareja y psicóloga, y su amigo Esteban Castromán (35), licenciado en Ciencias de la Comunicación que está inclinado sobre un sillón con anteojos negros. Iglesias todavía duerme. La mañana no les sienta bien. Es por eso que los libros de Clase Turista se hacen de noche. Así hicieron las primeras 400 copias de Yaaa Aliiii, una antología de poesía iraquí que materializaron en un objeto que simula ser un sobre-bomba. "Para nosotros la literatura es un parque de diversiones; queremos que nuestro trabajo sea un fetiche que divierta, conmueva o te vuelva loco", explica Castromán mientras busca una copia del Manual de supervivencia para los días del gran desastre, una compilación de instrucciones para resistir al fin del mundo en cuya tapa Iglesias pegó una por una decenas de hojas y flores de plástico. Esperan que esas ramas verdes llamen la atención en el puñado de librerías porteñas y españolas donde se consiguen, entre $ 30 y $ 50. Los títulos de Chapita, Funesiana y Mancha de Aceite casi no se venden en negocios, sino que los ofrecen, desde $ 15, los mismos autores y editores en presentaciones y lecturas. "Es una forma de desacralizar a la literatura", asegura Durand. "Sacar al escritor de ese lugar de intelectual inalcanzable", agrega Lezcano.

En el local de Eloísa Cartonera (La Boca), el escritor Washington Cucurto le muestra a una turista estadounidense cómo se fabrican los libros, mientras corta las cajas compradas a los cartoneros. Los trabajadores de esta cooperativa son los únicos de las seis editoriales que cobran un sueldo. Las otras cinco destinan las ganancias a fabricar nuevos títulos. Eloísa es también, la única que publica a autores consagrados –como César Aira o Ricardo Piglia– y la que tiene el mayor catálogo, con más de 120 títulos. Junto a Clase Turista, son las que hacen las mayores tiradas: casi 500 copias por título.

Los otros sellos se destacan por tiradas mínimas y muestran orgullosos los ejemplares numerados. Como Oliveira, que se creía el dueño de la editorial más chica del país (40 copias por edición) hasta que dictó un curso en Santa Fe y conoció a Candelaria Rivero y Gonzalo Geller, creadores de La Gota, que hace tiradas de apenas 12 ejemplares. Ahora, la editorial de Santo Tomé ocupa el primer puesto en el podio imaginario de lo que Oliveira bautizó como "las editoriales más pequeñas de Latinoamérica", en el que Mancha de Aceite se lleva el segundo lugar por sus 20 ejemplares por obra. Colección Chapita los sigue con tiradas de 50, pero Durand sacó tantas reediciones que confeccionó casi dos mil libros.

Para hacer los trabajos de Chapita, el poeta se sienta en la terraza de su departamento en Once, al lado de una guillotina y una prensa antiguas. Durand jamás vio un e-book y ni siquiera se pregunta cómo será. "Lo digital se integra a lo material y también aporta. No es una amenaza, son dos formas distintas de lectura", reflexiona Durand. "La ventaja del libro es que si no te gusta lo podés revolear contra una pared, a la computadora no", retruca Castromán, mientras pasa los ojos por una biblioteca inmensa y blanca. Agarra un ejemplar, Intelectuales, política y poder, y lee que Pierre Bourdieu describe al editor como un "personaje doble", constituido por dos características fundamentales. Una de ellas, "el amor a la literatura". La otra, "la búsqueda del beneficio" y el interés por el dinero. Castromán duda que alguna vez vaya a vivir de las ventas de Clase Turista. Le gustaría, pero teme "que pierda su esencia". Deja el texto de Bourdieu y toma otro. Un diccionario de griego antiguo dice que en Atenas, "poeta" y "artesano" se decían de la misma manera: es un sustantivo que nombraba al hacedor, a la persona que construía tanto objetos como versos.


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Unknown

Editor

Lucas Oliveira (1978), es editor de Funesiana, diseña libros electrónicos y en papel para distintos autores y proyectos editoriales. Publicó un libro de cuentos (Papel, Funesiana, 2006) y dos de poesía (Poesía para Gerentes, Funesiana, 2008 + Pura sangre busca establo, Funesiana, 2012), el ensayo “Conectados” (Editorial Kier, 2010) y participó de las antologías Buenos Aires. Escala 1:1 (Juan Terranova –comp.–, Entropía, 2007) 5 (El Quinteto de la Muerte, La Propia Cartonera, 2010, Uruguay), La fiesta de la narrativa (El Quinteto de la Muerte, Una ventana ediciones, 2010), Fixture, un picadito austral (Malaletra + Chuy, 2016). Es encuadernador artesanal y actor-guitarrista-futbolista frustrado. No quiere perder el rock.