Luciano Lamberti

by 14:27:00 0 críticos literarios
por Hernán Vanoli y Diego Vecino

1.Escribí el libro a la vuelta de un viaje a Buenos Aires. Me había comprado una recopilación de Centro Editor sobre poesía norteamericana de principios del siglo pasado, las recopilaciones de los folletines individuales, y con leer un par de poemas (uno de Robert Frost que se llama Abedules y el primero de la antología del Spoon River, el de “todos, todos están durmiendo en la colina”) ya había encontrado una forma para escribir sobre lo que en ese momento creía era mi deber. Es como que estar en Buenos Aires me había hecho sentir mucho más sanfrancisqueño. Venía en el colectivo y me decía: ¿Para qué voy a intentar escribir como otros que no son yo? Yo no soy pop, no soy homosexual, no soy frívolo, no soy negro, soy un chico de clase media de un pueblo del interior, y la clase media con su catolicismo y su ignorancia y su resignación es parte integral de mí por más que llore y patalee. En una parte del libro digo que el destino es el encuentro del individuo con su clase. El tipo que acepta lo que es. En una película, sería un poco como el reconocimiento del héroe. Como Batman cuando se saca la máscara.

2. Así que tenía un poco de rabia, que es esencial para escribir, y un libro grande lleno de poemas y de ilustraciones. Robé un montón de frases que me gustaban del libro y las memoricé y mientras iba escribiendo a veces soltaba una. Me gustó como quedaba, y al principio tuve un cierto tufillo de culpa, que de inmediato desheché. Estoy de acuerdo con robar frases, si eso le hace bien a tu poema. Además, ¿a quien le importa? A mí seguro que no. Así que incluso ese entre comillas procedimiento me fue dando como un tono de traducción, que me gustaba y me sonaba en la cabeza, y lo dejé fluir. Los poemas salieron de un modo muy fácil y relajado, en estado absoluto de felicidad.

3. Obviamente el libro tiene mucho de autobiográfico. Pero tampoco es La Verdad Sobre Todo. Yo desconfío un poco de una literatura que se asiente exclusivamente en la persona o el personaje de quien la escribe. Lo autobiográfico siempre está, es obvio, sobre todo en la poesía, pero traté de mezclar diferentes hechos y de inventar otros, para que no se note qué es realidad y qué no. Los poemas empezaron siendo más bien sobre mi familia, sobre cosas que me habían pasado de chico y que recordaba con mucha fuerza. Digamos: mitos personales. Todos tienen que ver con el amor y la violencia, porque son momentos que quedan adheridos a la mente. Después los poemas abandonaron la casa e hicieron metástasis en otros personajes de la ciudad, y pensé en Edgard Lee Master que justo estaba leyendo y por eso les puse San Francisco. Después escribí un poema largo, un poema resentido sobre alguien pobre y triste, alguien que no tiene contactos ni vida social y que ve derrumbarse sus sueños y comprende que no tiene talento para nada, que se llama Córdoba. Y por último le parché uno que ya tenía y que habla sobre una ciudad que queda sumergida bajo una laguna. Se llama Buceo en aguas cálidas. Al lado de los otros, es un poema menos referencial, un poco más ligado a la poesía como música. Me gustaba la idea de los tres poemas como un recorrido geográfico.

4. En este sentido, en el sentido de road movie estática, me sentía cómodo porque tenía detrás la idea de zona de Saer, esa idea que le roba a Faulkner que a su vez le había robado a Balzac. Describe tu aldea y todo eso. Además, Saer me gusta porque en su obra buscaba invertir los géneros, hacer poesía narrativa (su libro de poemas se llama precisamente “El arte de narrar”) y una prosa lírica, y los poemas de San Francisco buscan contar una microhistoria, mezclando esa voz con una cosa más lírica, una reflexión o una frase que trate de iluminar el resto. Me acuerdo que cuando leí a Saer por primera vez sentí que el mundo se transfiguraba para siempre. Eso no te pasa con todos los autores y trato de que, si me pasa, tomarlo como una Señal. Últimamente me pasó con La carretera de Macarthy, que aunque esté traducido para el orto brilla todo el tiempo, es poesía pura. Los autores que me gustan son los que tienen cierta concepción religiosa de la naturaleza, aunque lo religioso sea laico o budista o panteísta.

5. Con respecto a los escritores cordobeses, los que me interesan no son los “no literarios”, esos que escriben en sus blogs y se levantan minitas y cuentan “con sinceridad” lo que les sucede, sino los que se toman en serio el asunto. Hay una idea conjunta y a la vez distinta de la noción de regionalismo en autores como Falco, Arias, Godoy, Sergio Gaitieri o Lucas Tejerina. Todos escriben desde una tradición, por más que les pese. Y en ahí está Saer y Carver y Heminwgay, más o menos. Por otro lado, creo que la noción de escritor cordobés o de donde sea está totalmente perimida. Mucho hablar de globalización pero seguimos poniendo los temas en sus cajas, para organizar y quedarnos tranquilos. Los escritores son buenos o malos, no importa de dónde vengan. Un autor que me interesa mucho y que no es lo suficientemente conocido es Carlos Busqued. Es cordobés pero vive en Buenos Aires y no tiene, gracias a Dios, nada que ver con la fucking docta. Leí una novela suya inédita y me caí de culo. Y de los pendejos, Pablo Natale es alguien que viene como una patada en las muelas. Está por publicar un libro de cuentos que se llama Un oso polar y que no tiene nada que ver con el “carverismo” imperante en las letras cordobesas, quizás de la tradición que nos legan los más viejos como María Teresa Andruetto. Lo de Natale es otra cosa completamente distinta.

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Editor

Lucas Oliveira (1978), es editor de Funesiana, diseña libros electrónicos y en papel para distintos autores y proyectos editoriales. Publicó un libro de cuentos (Papel, Funesiana, 2006) y dos de poesía (Poesía para Gerentes, Funesiana, 2008 + Pura sangre busca establo, Funesiana, 2012), el ensayo “Conectados” (Editorial Kier, 2010) y participó de las antologías Buenos Aires. Escala 1:1 (Juan Terranova –comp.–, Entropía, 2007) 5 (El Quinteto de la Muerte, La Propia Cartonera, 2010, Uruguay), La fiesta de la narrativa (El Quinteto de la Muerte, Una ventana ediciones, 2010), Fixture, un picadito austral (Malaletra + Chuy, 2016). Es encuadernador artesanal y actor-guitarrista-futbolista frustrado. No quiere perder el rock.