Poesía rocker y los bigotes de Caparrós

by 19:26:00 0 críticos literarios
Crónica por Mario Favole
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Lo primero que quiero decir es que Alfredo Jaramillo me caía mal.
Lo escuchaba haciendo notas para Canal Diez y lo detestaba sin conocerlo.
Esa voz más propia de un programa de cable de San Isidro que de un noticiero del Alto Valle, de ese Alto Valle ahumado al ritmo del fuel oil y las cubiertas en llamas, de las manzanas de acá a la vuelta más caras que las bananas de Ecuador. De ese Alto Valle del que Alfredo piró hace un par de años y al que volvió por un rato.
El afectado y puto tono de Jaramillo es el primer recuerdo que tengo de él.
El tono que llenaba un aula chica de la facultad cuando compartimos una capacitación con Eduardo Anguita (bastante pedorra, por cierto).
Debe haber sido en el 2003 ó 2004. Anguita bla, bla, blaba y, antes de seguir, se ofrece: “¿alguien tiene una pregunta?”.
Como suele suceder, nos miramos como boludos y antes de que el coautor de “La Voluntad” retomara su charla, se escuchó la voz de Jaramillo.
“¿Los bigotes de Caparrós… son de verdad?”
Anguita no contestó, lo debe haber mirado de costado y siguió con otro tema.
Yo miré a un amigo al que cada vez miro menos y pensamos lo mismo.
Sólo que enseguida me di cuenta que, en realidad, odié a Jaramillo en ese momento, porque hubiera querido ser yo el que hiciera esa estúpida-impertinente-genial pregunta que para la mayoría pasó de largo.
¡Podés creer lo que preguntó este hijo de puta!
Esa pregunta, un par de charlas, algunos tragos y una tempura alcanzaron para que nos hiciéramos amigos.

Jaramillo volvió a Roca para presentar “Grunge”, su libro de poemas.
Libro que, alguna vez escribí, está destinado a convertirse en un suceso minúsculo e ineludible en los peores barrios de las mejores ciudades… y en los mejores barrios de las peores ciudades, también.
En un sucucho digno de los grises pubs post 2001, hubo cerveza barata, poesía exquisita y rock visceral.

En el principio fue la luz. Una luz que iluminó a Héctor Kalamicoy cuando salió del baño.
El Poeta de la Perca, algo entonado, escudriñó con una de esas miradas desquiciadas antes de disparar “Cómo te quiero Ko Ko” e “Introducción a un feo lugar”.
Kalamicoy ahí al frente, mordiendo las palabras.
Héctor Kalashnikov con cara de psicópata, capaz de clavarte una palabra filosa en el corazón o perderte un poema en el culo.
Aplausos.

Difícil tarea la de Federico Aríngoli subir al escenario después.
Aprieto que se pasó por las bolas con un análisis admirable de “Grunge”, un texto que si el puto medio periodístico fuera más o menos justo lo tendría que disparar a la jefatura de la sección Cultura del diario en el que trabaja.
Bueno, aunque tampoco sé si será lo mejor para él.

Jaramillo debe ser el único escritor que va a presentar un libro y no lleva ninguno para vender.
No importa, al menos trajo los poemas impresos para leerlos.
Para llevarnos con sus palabras a las bardas a tomar cerveza caliente, perder finales supersónicas, volver a pisar esa vieja terminal rodeada de bares llenos de tipos que cambiaron rabia por resignación, para respirar las pasiones adolescentes de los 90.
“Grunge” convertido en el folleto de promoción anti-turística de la Seattle argentina.
Un libro que no se va a leer en el Barrio Rincón de Emilio, pero que en algunas cabezas puede llegar a convertirse en la contraseña que, finalmente, lleve a Alfredo Jaramillo a cumplir su sueño: transformarse en el “Lou Reed de Plottier”.

PD: “Delirio Suburbano” no es la mejor banda de la cuadra ni tampoco lo será, pero ni siquiera Divididos hubiera rockeado como lo hicieron ellos el sábado a la madrugada.
“Delirio Suburbano” (que también podría presentarse bajo los nombres “Delito Suburbano” o “Mapa del Delirio”) disparó mística y se ganó su lugar en esta pequeña historia. Cuando tocaron “Heroin” sentí (sin haber consumido más que cerveza) que la cabeza se me despegaba, que éramos todos amigos, que la noche era perfecta, que estábamos viviendo un momento único, irrepetible, con todo lo triste y placentero que eso puede ser.

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Unknown

Editor

Lucas Oliveira (1978), es editor de Funesiana, diseña libros electrónicos y en papel para distintos autores y proyectos editoriales. Publicó un libro de cuentos (Papel, Funesiana, 2006) y dos de poesía (Poesía para Gerentes, Funesiana, 2008 + Pura sangre busca establo, Funesiana, 2012), el ensayo “Conectados” (Editorial Kier, 2010) y participó de las antologías Buenos Aires. Escala 1:1 (Juan Terranova –comp.–, Entropía, 2007) 5 (El Quinteto de la Muerte, La Propia Cartonera, 2010, Uruguay), La fiesta de la narrativa (El Quinteto de la Muerte, Una ventana ediciones, 2010), Fixture, un picadito austral (Malaletra + Chuy, 2016). Es encuadernador artesanal y actor-guitarrista-futbolista frustrado. No quiere perder el rock.