Tenía que pasar. Editoriales que digitalizan sus catálogos, libros convertidos en archivos y una importante comunidad de jóvenes que apuesta al formato electrónico como forma de difundir sus obras lograron lo imposible: el libro, último bastión de la cultura analógica, está en jaque. Hablamos con algunos jóvenes editores y escritores que abrazan la fe digital e hicimos una recorrida por el estado actual del ebook para entender el futuro de la palabra: del papel al código.
A pocos días de que cierre el último trimestre fiscal de 2011, la escritora española Lucía Etxebarria escribió en su muro de Facebook:
Dado que he comprobado que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio oficialmente que no voy a volver a publicar libros en una temporada muy larga.
La declaración, como era de esperarse, despertó todo tipo de reacciones. Algunos lo vieron como un gesto de extorsión chirle por parte de la autora y la instaron socarronamente a dar el paso al costado (convengamos que tampoco hizo el anuncio ante una platea de octogenarios defensores de la cultura humanista); otros, en cambio, la reivindicaron como un ejemplo del saqueo al que son sometidos los artistas por parte de “aquellos que quieren todo gratis”; y otros, como el argentino Hernán Casciari, se apostaron directamente bajo el dintel de una puerta simbólica e invitaron a Lucía a abandonar el “viejo mundo” y cruzar, en su lugar, al nuevo y brioso paisaje de la cultura libre.
En cualquier caso, y más allá del complejo y multidisciplinario debate abierto por la novelista (y que supone, en la punta más visible del iceberg, discutir cómo se recauda y se reparte la guita), lo cierto es que su anuncio deja ver una torsión interesante y tal vez novedosa para cierto lector desprevenido: las “copias ilegales” a las que hace mención no son de películas o discos sino de novelas y eso que ella denuncia -y comprueba- que los usuarios descargan son, nada más ni nada menos, que obras literarias. Libros. Después de cuatro siglos y medio de vida, el libro, ese gran tótem de la cultura, parece atravesar hoy un proceso implacable de mutación, un inevitable destino digital por el que ya han pasado la música, el cine, la fotografía, la TV, el periodismo, y muchos otros soportes. Mientras estas líneas se escriben, cientos de personas leen libros que descargaron o compraron a través de internet, cientos de editores se lanzan al mundo de la edición electrónica, y cientos, miles de agentes y empresarios de la industria persiguen la zanahoria digital con el código penal en la mano y luchan, con armaduras vetustas, contra los molinos de viento de un presente inobjetable. Llegó la era del libro digital. Ahora bien, ¿qué trae consigo?
Conde cero
“En el arcaico, pero de moda, negocio de la edición de libros, tal como escribió William Gibson en los ’80 de un modo ciertamente distópico y no menos apocalíptico, lo que resuena arcaico (además de, claro, la idea de “negocio”) es la idea de libro como soporte. Pero el libro no es sino su contenido y ese contenido debe poder llegar a más personas cada vez, y este es el momento: la edición digital lo permitiría”, apunta Cecilia Espósito, editora, correctora y productora de libros digitales. “Sin ánimo de exhaustividad, la edición digital ofrece más oportunidades de publicación, quizás a menores costos, y a menor precio. La edición digital podría simplificar el acceso a la información, además de revitalizar catálogos, puesto que permite volver a editar obras antes inconseguibles y, además, poner a disposición otras más arriesgadas e innovadoras. La edición digital, obviamente, renueva también las experiencias de lectura y añade, incluso, una esfera social distinta, cuando se comparten los comentarios o los pasajes de los libros a través de las redes que algunas empresas están desarrollando”.
En la Argentina, aunque todavía se encuentre lejos de los grandes números, el ebook inició en el último tiempo un silencioso pero seguro proceso de crecimiento: con altibajos, sellos como Mondadori, Alfaguara o Eudeba comenzaron a digitalizar parte de su catálogo. La tendencia, por lo demás, parece el viento de cola de un movimiento global: Amazon, que anunció que abrirá oficinas en nuestro país antes de 2013, ya vende más libros digitales que de papel y los dispositivos de lectura le reportan ganancias millonarias. Su Kindle, al igual que el Nook de Barnes & Noble o el Reader de Sony, entre otros, ofrecen experiencias enriquecedoras de lectura gracias a una cualidad diferencial: en lugar de tener pantallas de LED (que emiten luz y generan cansancio visual), estos e-readers cuentan con la llamada “tinta electrónica”, una tecnología que no irradia luz, posee un alto contraste y permite que los textos sean leídos como si estuvieran impresos en un libro. Todo esto sin contar que dispositivos como el Kindle pesan poco más de 1 gramo y permiten almacenar cerca de 3500 libros en su memoria principal. “El libro en papel, dicen algunos, será un privilegio, cada vez más oneroso y para ciertas minorías, y acaso ya lo viene siendo”, arriesga Espósito.
Brotes
Pero entre el ruido blanco del mercado, la edición digital parece contar también con una cualidad fundamental: su capacidad de democratizar, de ampliar los canales de difusión para la escritura marginal. Con un objetivo claro -aprovechar el abrazo binario de las nuevas tecnologías para publicar poesía argentina contemporánea- Sebastián Morfes lanzó a mediados del año pasado el sello Determinado Rumor. “Me pareció que el momento era ideal para armar una editorial digital que piense cómo actualizar la cultura de una editorial más chica y con otros valores que exceden lo monetario”, asegura Morfes. “O sea, somos una editorial a la que además de pensar sobre qué autor se va a incluir en el catálogo le interesa, también, plantear una relación y una responsabilidad con el nuevo soporte distinta, ya sea por intereses, por formación y por ideología, al resto de las editoriales más poderosas”.
Esa “relación distinta” tiene su ojo puesto sobre la libre circulación de contenidos: mientras algunas grandes editoriales publican con DRM (una tecnología de control que se aplica sobre las obras e impide, por ejemplo, que el archivo sea prestado), proyectos como Determinado Rumor ubican su centro en el acceso irrestricto a los títulos. “Las cosas van a cambiar y es importante que ese cambio signifique democratizar el acceso a las obras y saberes. Los que estamos en el sector editorial tenemos que trabajar hablando sobre el tema, generando alternativas y libros digitales que puedan ser leídos y desarrollados por todos”, afirma Morfes.
Para Lucas Oliveira, responsable de Editorial Funesiana, el formato digital fue una forma de extender el alcance de su catálogo. En ese sentido, al igual que en el caso de Blatt & Ríos, la digitalización es una forma de sortear las dificultades de un negocio repleto de baches. “De un día para el otro, tuve problemas de distribución. Ya no llego a los lugares donde creo que tengo que llegar. No sólo las librerías lejanas; hablo de Chile, Uruguay, España. No puedo enviar tan lejos un sobre con un libro de veinte pesos. Empecé a editar en formato digital justamente para darle difusión a los autores y sus títulos pero sólo porque sentí la demanda de los lectores”.
Además de su amplio catálogo, una de las principales características de Funesiana es su edición artesanal: sus libros son encuadernados a mano en tiradas numeradas, que suponen una relación muy material e íntima con la obra. ¿Es distinta la experiencia digital? “Me da la impresión que de los 40 millones de personas, menos de la mitad integra la “sociedad argentina”. De esa mitad, a un total aproximado de 5 millones de personas les interesa la “cultura”. De esos 5 millones, 1 millón está interesada en la parte de la cultura que refiere a los libros. Y de ese millón, 800 mil personas ya leen ebooks, solo que no lo sabían: páginas webs, blogs (en todas sus formas), mini-blogs (como el twitter), fotologs y poesía visual”, asegura Oliveira y agrega: “Creo que en ese escaso espacio donde circulan los interesados en leer literatura, muchos ya están familiarizados con los ebooks”.
Apuestas
Al otro costado del villorrio digital aparece el Centro de Estudios Contemporáneos (CEC), un espacio que reúne a varios novelistas, poetas, periodistas e intelectuales jóvenes. El CEC no sólo es un tanque de pensamiento y una trinchera que ofrece todo tipo de talleres creativos abiertos al público, sino también, y básicamente, un grupo de estudio y trabajo que aprovecha el aliento digital para hacer circular sus obras. “El proyecto editorial del CEC surgió, en principio, como plataforma para exponer de la mano de las nuevas tecnologías cuáles son las actividades y producciones específicas del centro de estudios”, comenta Nicolás Mavrakis, periodista y autor de “Fin del periodismo y otras autopsias en la morgue digital”, título que puede descargarse gratis del sitio del CEC. Allí también están “La masa y la lengua” de Juan Terranova, una recopilación de artículos sobre internet, literatura y redes sociales, y “Vienen bajando”, la primera antología de cuentos argentinos de temática zombie. “La apuesta de editar de manera gratuita y en formato digital es, en primer lugar, una apuesta por los nuevos canales de circulación de la palabra y, en segundo lugar, por construir espacios editoriales alternativos donde la calidad de los contenidos y de su elaboración, y sobre todo las formas en que pueden consumirse, se sumen al abanico de otras producciones independientes con un sesgo propio”, completa.
Todo va a ser digitalizado, y ése es el camino del futuro. Durante la presentación de su última novela Imperial bedrooms, Bret Easton Ellis (autor de Menos que cero y Psicópata americano, entre otros títulos) habló del futuro del libro. La presentación coincidió en el tiempo con el lanzamiento de la primera versión del iPad por lo que el murmullo estaba en el aire. ¿Morirá el libro de papel? ¿El mundo digital cambiará la forma en que se escribe? Ellis se mostró conciliador: afirmó que el ebook modificará la forma de narrar tanto como lo hizo el salto de la máquina de escribir a la computadora y que, por lo tanto, no hay nada de qué asustarse. Más bien todo lo contrario: en un mundo arrollador, que nos acostumbró al acceso permanente e inagotable a la información, el libro tradicional puede parecer un artefacto vetusto, antediluviano. Demasiado analógico. La edición digital, entonces, puede revitalizar la lectura. “Vivimos en una sociedad que pide más experiencias interactivas -señaló el autor-. Queremos ver imágenes. La gente quiere ver más shows. Así que tiene sentido que la lectura se desarrolle en esa dirección, y si empieza a suceder, si conseguimos satisfacer ese deseo, bueno, incluso puede que se revitalice mi fe en la ficción”.
“El ebook es, ante todo, un cambio de plataforma para un hábito de consumo que ha variado muchas veces antes a lo largo de su historia -agrega Mavrakis-. Con eso quiero decir: no es ninguna novedad extraordinaria que el modo de acceder a la palabra escrita (u oral) pueda mutar y reconstruir los hábitos a su alrededor. Eso es suficiente para ubicarse ante los reaccionarios que no pueden -por brutalidad o romanticismo- escapar del fetiche del papel”
Todavía en ciernes pero avanzando a un paso lo suficientemente decidido como para proyectar sobre el futuro la luz de lo inevitable, hoy el ebook parece más una certeza que una promesa. ¿Es la tumba del papel? “Habrá variedad de libros y más acceso a los títulos”, asegura Morfes. Y concluye Espósito: “Que avancen los ebooks, que también los libros tal como los conocíamos perduren y lleguen a nuestras manos, dentro de un mundo de la edición y una industria cultural con sus propias reglas, tiempos y fantasías realizadas. Y que haya más libros para más. Urge seguir pensando y haciendo, porque hay muchas cosas por resolver e inventar todavía”.